-Estás muy guapa. ¿Vas a salir?- me pregunta.
-Sí. No voy a pintarme para hablar contigo, ¿no?- le digo mientras me retoco el pintalabios. Resoplo, no quiero empezar la misma conversación de siempre.
-¿Vas a ir a la discoteca esa? ¿A la que fuiste el mes pasado?
-No tengo porqué contestarte.
-Yo creo que sí, ¿no te parece?
-¿Si te digo que sí vas a quedarte tranquila?- siempre hace lo mismo, darme la lata hasta que doy mi brazo a torcer.
-No, pero inténtalo. De verdad que no entiendo por qué vas a ese sitio.
-Porque me lo paso bien y me gusta.
-Deberías irle con ese cuento a otra, a mí no me engañas.
La fulmino con la mirada y paso a darle los últimos toques a mi pelo.
-A mí me gusta ir allí- le digo y ella niega con la cabeza.
-Mentira, sé que lo odias, ir allí y mucho más la música que ponen.
-La música es para bailar, me da igual que sea buena o mala- noto como me tiembla la voz y me muerdo el labio furiosa por este momento que cada vez se repite más, como si fuese un momento de dèjavu.
-¿Y ese…? Eh… ¿se le puede llamar camisa?
-Es un top, joder, déjame tranquila.
-Nunca te lo había visto. ¿De dónde lo has sacado?
-Me lo ha prestado una chica de mi clase.
-Seguramente esa que no te cae bien, a mí tampoco.
-No te he preguntado.
-Entonces… ¿vas a ir?- me pregunta mordiéndose el labio.
-¿Estás sorda?- elevo la voz.-Claro que voy a ir.
-¿Te estás escuchando? ¡Odias esos sitios! ¡Odias esa gente tan superficial! ¡Y esa es horrorosa, pareces una pu…!
-¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cá-lla-te! ¡Déjame en paz! ¡A ti si que te odio!
Me detengo justo antes de golpear el cristal del espejo. Hago lo que siempre hago después de terminar estas conversaciones: irme lejos de mi reflejo en el espejo.
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